martes, 24 de abril de 2007

La Regenta: Capítulo III

La intimidad de Ana

En este capítulo hay un importante desplazamiento espacial (que nos llevará a otro temporal): del espacio público de Vetusta, de la catedral y el paseo del Espolón, la acción nos llevará al dormitorio de Ana, la Regenta. El pasaje equivale a ir de lo público a lo privado, al espacio de lo íntimo. Es el primer personaje que se presenta desde esta categoría y ello le permite al narrador entrar en la conciencia de la Regenta y en su historia personal, en lo que hoy llamaríamos “traumas de infancia”. La intimidad de la Regenta es tratada por el narrador a partir de un rasgo básico: su sensualidad. No hay, como en el caso de otros personajes, un retrato directo. Más bien, un conjunto de detalles que nos permiten representarnos su conflictiva vida interior.
La Regenta entra en su habitación y comienza a leer un libro devoto, preparándose para la confesión general que Fermín De Pas ha considerado conveniente. Sin embargo, sus ojos se detienen en unas palabras del libro Si comió carne y su mente se extravía en divagaciones.
Observen la combinación de imágenes táctiles y visuales, que resaltan la sensualidad del personaje, simbolizada, quizá, en la piel de tigre. Es un objeto extraño: la piel de tigre puede vincularse con la sexualidad y con el exotismo, como en este cuadro del pintor catalán Antonio Torres Fuster (1874-1945), nacido en la época de publicación de La Regenta.



Según Obdulia, que secretamente envidia el objeto, es un “capricho caro y extravagante, poco femenino al cabo”. Y sin embargo, la frívola Obdulia no lo considera un objeto vinculado con la sexualidad. Su dictamen es que en la habitación de la Regenta “No hay sexo. Aparte del orden, parece un cuarto de un estudiante.” No hay piezas de arte, tampoco marcas de devoción, siempre según la observación de Obdulia: “Allí la piedad está representada por un Cristo vulgar colocado de una manera contraria a las conveniencias.” Incluso en su intimidad, resguardada celosamente (Obdulia había entrado varias veces a la habitación, “a fuerza de indiscreción”), Ana disimula las huellas de su sensualidad, que, sin embargo, delata el narrador en su actitud voluptuosa, que compara con la de una impúdica modelo: “Ana corrió con mucho cuidado las colgaduras granate, como si alguien pudiera verla desde el tocador.[…] Después de abandonar todas las prendas que no habían de acompañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hundiendo los pies desnudos, pequeños y rollizos en la espesura de las manchas pardas. Un brazo desnudo se apoyaba en la cabeza, algo inclinada, el otro pendía a lo largo del cuerpo, siguiendo la curva graciosa de la robusta cadera. Parecía una impúdica modelo olvidada de sí misma en una postura académica impuesta por el artista”. (p.170).



La voluptuosidad con que la Regenta se relaciona con los objetos, sobre todo a partir del tacto, es considerada por el propio personaje una necesidad: la suavidad material de los objetos (colchones, sábanas) de alguna manera compensa la falta de suavidad moral que le produjo el hecho de criarse sin madre, en condiciones adversas.

Con el pretexto del examen de conciencia, la Regenta se embarca en una serie de ensoñaciones, contexto que aprovecha el narrador para contarnos la infancia de Ana, a partir de un episodio clave que la marcó: la barca del Trébol. A partir de este episodio, apenas una aventura infantil e inocente, la Regenta se pone en contacto con los códigos de la hipocresía social y del disimulo. Después del episodio de la barca del Trébol, y debido al escándalo montado por doña Camila, el aya de la niña (retratada con crueldad devastadora por el narrador: doña Camila tiene un amante con el que es sorprendida en varias ocasiones por la niña Ana), “la trataron como un animal precoz” y relacionaron su conducta instintiva con la figura de su madre. Este recuerdo sofoca y encoleriza a Ana, que vuelve a la realidad pensando “¡Qué vida tan estúpida!”.
Comenta el narrador: “Esta conciencia de la rebelión la desesperaba: quería aplacarla y se irritaba”
Dejando de lado el proyecto de examen de conciencia, Ana se embarca ahora en una ensoñación romántica que tiene a Alvaro Mesía como protagonista, en el rol del Barbero de Sevilla. Contrasta la figura de este hombre con la de su marido, don Víctor y sobreviene “el ataque”. Los otros habitantes de la casa, don Víctor y la criada Petra, acuden en su ayuda. Petra ya sabe qué hacer, lo cual indica que los ataques de Ana son frecuentes.

Don Víctor y la honra
Don Víctor atiende a su mujer, pero está más preocupado por las pocas horas de sueño que tendrá hasta que su amigo Frígilis venga a buscarlo para ir de caza. Ana no para de hablar a su marido, más de lo que este quisiera. Cuando se calma, después de proponerle a su marido tener un hijo, don Víctor se siente en condiciones de volver a su cuarto, aunque por un momento, ante un beso apasionado de Ana, le “hirvió la sangre”. Pero si se decidía a quedarse con su mujer, no podría ir a la cacería y prefiere esto último. Le pide a Petra, que se le insinúa, que lo llame al sentir los tres ladridos que han pactado con Tomás. Antes de ir a su cuarto, pasa por la casa-habitación de sus pájaros. Como no puede dormir, se pone a leer comedias de Calderón de la Barca: su obra favorita es El médico de su honra. En eso está cuando escucha la señal de Frígilis.
Mientras tanto, Ana tampoco puede conciliar el sueño: reinterpreta el episodio de la barca de Trébol como providencial, ya que gracias a ese suceso había aprendido a guardar las apariencias y “En Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada”, aunque, como reconoce la propia Anita, en los últimos tiempos ha estado sufriendo los avances atrevidos de don Alvaro Mesía. Pensando esto se queda dormida mientras Víctor sale de incógnito (no le ha dicho a su esposa que marcharía tan temprano) al encuentro de su amigo Frígilis.

Enciclopedia

Sobre Calderón de la Barca


Sobre los dramas de honor de Calderón
Los dramas de honor son los que más fama han dado al autor y los que, probablemente, más críticas han atraído sobre su figura. Sus argumentos son casos extremos en los que la fama pública de un hombre se ve comprometida por un adulterio, o por la simple sospecha de éste, sin que le quede al deshonrado más remedio que lavar su honor con la mancha de los culpables. El concepto de honor, absolutamente ajeno a la mentalidad de nuestro tiempo, no se refiere al arrebato de celos, sino a una auténtico mandamiento social al que hay que obedecer a sangre fría:

"Al Rey, la hacienda y la vida
se ha de dar, pero el honor
es patrimonio del alma
y alma sólo es de Dios".

Con todo, se trataba de un código que, al menos en el teatro y la novela, el público aceptaba y aplaudía. Su pervivencia en nuestra sociedad ha sido tema constante para los escritores preocupados por el estudio del carácter español, tanto en ensayos como en novelas, en las que, casualmente o no, coincide con el tema de Don Juan. Es el caso de La Regenta, de "Clarín", y Tigre Juan y El curandero de su honra, de Ramón Pérez de Ayala. En este último, la parodia del honor calderoniano es evidente desde el propio título. Las tres obras más conocidas de este apartado de la producción calderoniana son El Pintor de su deshonra; A secreto agravio, secreta venganza y, sobre todo, El médico de su honra, en el que un caballero deja morir desangrada a su mujer por la simple sospecha, infundada, de haberle sido infiel con la posterior anuencia, y aún alabanza, del rey. Con todo, el más famoso drama de honor de Calderón es El Alcalde de Zalamea, en el que el conflicto del honor abandona la escena cortesana para aparecer entre plebeyos como el alcalde Pedro Crespo, personaje digno y consciente tanto de su valor como de su puesto en la sociedad que se rebela contra los abusos (como siempre de tipo sexual) del capitán don Álvaro de Ataide, de familia noble. La posición del villano es reforzada en la obra por la cobardía de un hidalgo pobre que intenta aparentar lo que no tiene. Como en el caso anterior, la presencia del rey sancionando al que ha lavado su honor supone la aprobación suprema de su conducta.

Fuente: Ver aquí

martes, 10 de abril de 2007

La Regenta Capítulo II



El capítulo 2 se abre con una nueva ironía: lo que mueve a los canónigos del coro de la catedral de Vetusta no es precisamente la adoración religiosa. El narrador los retrata como burócratas de la iglesia y destaca sus roces y rencillas.

Don Fermín se encuentra con Ripamilán

Retrato del arcipreste don Cayetano Ripamilán

El arcipreste se refiere de manera “un poco verde” a la presencia de mujeres en el templo.

Es un hombre de estatura pequeña, con modales y aspecto de pájaro “tenía sin duda mucho de pájaro en figura y gestos, y más, visto en su sombra”. “Como el interlocutor solía ser más alto, para verle la cara Ripamilán torcía la cabeza y miraba con un ojo solo, como también hacen las aves de corral con frecuencia.

Sus pasiones: la poesía, las mujeres y la escopeta.


Ripamilán y la poesía: En un tiempo, el Cabildo persiguió la manía poética de Ripamilán, que se consideraba escandalosa para un sacerdote. Sus autores favoritos eran Garcilaso y Marcial. . Marcial, el poeta latino, había nacido como él en Calatayud. También, entre los españoles de su época, Meléndez Valdés y Moratín (nombrado por su seudónimo de “Inarco Celenio”), poetas ya pasados de moda: “No era don Cayetano uno de tantos canónigos laudatores tempori acti, como decía él: no alababa el tiempo pasado por sistema, pero en punto a poesía era preciso confesar que la revolución no había traído nada bueno”.

Qué piensan en Vetusta del Arcipreste: “Ni un solo vetustense, aun contando a los librepensadores que en cierto restaurant comían de carne el Viernes Santo, ni uno solo se hubiera atrevido a dudar de la castidad casi secular de don Cayetano. No era eso. Su culto a la dama no tenía nada con las exigencias del sexo. La mujer era el sujeto poético, como él decía, pues se preciaba de hablar como los poetas de mejores siglos y al asunto solía llamarle sujeto.”
Se trata de un sacerdote dado a las tertulias y a las reuniones de sociedad, muy querido por la gente joven de Vetusta. Algunos canónigos opinan que es liviano en sus opiniones, que se expresa de manera no conveniente y que tiende a ser boquirroto. A lo que el daba entender que él “tenía los verdores en la lengua, y otros, no menos canónigos que él, en otra parte” (p.156).

Trifón Cármenes: “el poeta de más alientos de Vetusta, el eterno vencedor en las justas incruentas de la gaya ciencia”


Un tema a destacar: la actitud de los personajes masculinos hacia los femeninos.
Comparar la actitud hacia las mujeres de Ripamilán y de Saturnino Bermúdez.

El Magistral no se marchaba de la catedral después del coro porque tenía algo que hablar con Ripamilán, que es uno de los pocos canónigos que lo estima. Era costumbre de los canónigos quedarse hablando en la sacristía después de coro, y en esa reunión desataban la lengua y murmuraban sobre los ausentes. Ripamilán también lo hacía: solía poner apodos.
Al Arcediano Restituto Mourelo, Ripamilán le había dado el mote de “Glocester”.

Retrato del Arcediano “Glocester”: todo se volvía secretos.




Era un poco torcido del hombro derecho…En vez de disimularlo subraya el vicio corporal torciéndose más y más hacia la derecha, inclinándose como un sauce llorón. Resultaba de aquella extraña postura que parecía Mourelo un hombre en perpetuo acecho, adelantándose a los rumores, avanzada de sí mismo para saber noticias, cazar intenciones y hasta escuchar por los agujeros de las cerraduras. Encontraba el Arcediano, sin haber leído a Darwin, cierta misteriosa y acaso cabalística relación entre aquella manera de F que figuraba su cuerpo y la sagacidad, la astucia, el disimulo, la malicia discreta y hasta el maquiavelismo canónico que era lo que más le importaba. Creía que su sonrisa, un poco copiada de la que usaba el Magistral, engañaba al mundo entero. Sí, era cierto que don Restituto disfrutaba de dos caras: iba con los dos de la feria y volvía con los del mercado; disimulaba la envida con una amabilidad pegajosa y fingía un aturdimiento en que no incurría nunca.

Cayetano habla de Obdulia Fandiño: “Es epicurista. No cree en el sexto” (mandamiento)
“La historia de Obdulia Fandiño profanó el recinto de la sacristía, como poco antes lo profanaran su risa, su traje y sus perfumes”
Relaciones
Fermín es el confesor de Obdulia. La relación entre Fermín y Ripamilán: eran muy buenos amigos, Ripamilán es uno de los pocos defensores que tiene Fermín. Glocester, en cambio, es el enemigo acérrimo del Magistral.

Fermín se ha enterado de que la Regenta estaba en la capilla esperándole para confesar.

Noticias sobre la Regenta:
Don Víctor, el esposo de la Regenta, ya no era Regente, pero a ella le había quedado la denominación. La nueva Regenta es siempre la otra Regenta: el título queda para la Ozores, de familia tradicional de Vetusta.

El poder de la confesión: un conflicto
El confesor de la Regenta era don Cayetano, que quería renunciar a dicho puesto debido a sus años y había señalado como su sucesor al Magistral. Esto desata un conflicto ya que don Custodio relaciona el poder que el Magistral adquirió con la gente poderosa que confiesa, por ejemplo, la hija del indiano más rico: Olvido Paéz. Don Custodio ve en la capilla del confesionario del Magistral a la Regenta, que no sabía que ese día preciso el Magistral no escucha confesión. Don Custodio relata a Glocester el incidente. El Arcediano desea ser él el heredero de don Cayetano, en razón de que él le seguía en jerarquía y considera un atropello el beneficio que ha obtenido el Magistral. No puede, sin embargo, reclamarle al Obispo, dado que éste es, según Glocester, un esclavo en las garras del Magistral. Don Custodio apoyaba a Glocester en esta pretensión (porque él no puede, debido a su jerarquía inferior, ser el heredero).

El Magistral, aunque enterado, no quiere confesar a la Regenta ese día, para no dar más motivos de murmuración, aunque había visto a Ana acompañada por su amiga Visitación. La Regenta había infringido una norma de las damas de su condición: pedirle hora. Esa infracción motiva una serie de especulaciones en Fermín: “El suceso era bastante solemne y había de sonar lo suficiente para merecer preliminares más ceremoniosos. ¿Era orgullo? ¿Era que aquella señora pensaba que él había de beber los vientos para averiguar cuándo vendría a favorecerle con su visita?...¿Era humildad?¿Era que una delicadeza y un bueno gusto cristiano y no común en las damas de Vetusta quería confundirse con la plebe, confesar de incógnito, ser una de tantas? (p.162)
El Magistral ya no quería más Obdulias ni Visitaciones.

Cayetano esquiva a Glocester (“Ay de los zorros, si las gallinas no fueran gallinas”) y sale con Fermín. Glocester recibe el golpe y jura venganza. Cayetano se entera, por boca de Fermín que la Regenta estuvo esperando al Magistral y que salió finalmente con Visitación a caminar por el Espolón. Cayetano urge a Fermín y salen a buscar a las damas. De paso, Cayetano da su visión de la Regenta a Fermín: “quiero que usted conozca bien a esa mujer psicológicamente, como dicen los pedantes de ahora; es una gran mujer, un ángel de bondad, como le tengo dicho” (p.164) Sin embargo, Cayetano escucha a Saturno y Obdulia hablando en la capilla de San Clementina, se distrae y olvida su apuro: entra en la capilla para ir al encuentro del grupo que visita la catedral. “El Magistral le siguió para ocultar su deseo de llegar al Espolón cuanto antes.”(p.164)

El capítulo se cierra con una escena cómica a cargo de Saturno, Obdulia y los visitantes que comentan el arte de la capilla: según Saturno, el feo lunar gótico que afea la severa arquitectura románica, por su churriguerismo. La visitante está harta de escuchar “a ese charlatán, sinvergüenza y libertino” y cree que Saturno toca a Obdulia, amparándose en la oscuridad del templo.

Enciclopedia
En este capítulo se hace referencia a una revolución acontecida tiempo atrás y a dos facciones enfrentadas: los liberales y los carlistas. ¿De qué revolución se trata?
Las preguntas:
Sabemos que a don Saturno no le gusta el estilo recargado de la capilla de San Clementina, cuya construcción es muy posterior a la de la catedral. Los personajes la califican de churrigueresca Pero ¿qué opina el narrador de esa capilla? Explicar la creencia de Saturno, que cierra el capítulo: “amaba y creía ser amado”.
Destacar:
En este capítulo se avanza en el planteo del conflicto, dando argumentos para ubicar a los personajes de un bando y de otro. El primer conflicto de la novela es la cuestión ¿Quién confesará a la Regenta?